SINOPSIS
Un padre y un hijo están pintando juntos un mural que describe una casita en medio de un bosque y en el fondo un pueblo. El mismo puede estar sugerido por un marco sin tela, de manera tal que los personajes simularían estar pintando frente al público.
El padre, permanentemente critica la sociedad injusta y corrupta, sueña con un mundo mejor, se muestra harto de la vida alienada de la ciudad y recrimina al hijo su falta de compromiso con la realidad. También expresa, cada tanto, su deseo de irse a vivir a un pueblo como el que están pintando. A su vez, el hijo cuestiona al padre su estilo realista por pasado de moda y se defiende de los cuestionamientos del padre bromeando o argumentando que a él, simplemente, lo conforma vivir. Por otra parte, el padre, cada tanto, descubre pinceladas que no le pertenecen y acusa al hijo de meterse en la zona que a él el corresponde. El hijo niega, aduciendo que no tiene la culpa de que el padre esté más viejo y ya no recuerde lo que hace.
Cuando están terminando el mural, comienzan una ceremonia en la que el padre, con la complicidad del muchacho, narra la historia de los habitantes del pueblo. Anhela tanto estar allí que confunde sus deseos con el hecho de haber vivido en ese lugar. Podemos darnos cuenta, por las acotaciones del hijo, que esta ceremonia del pueblo fantaseado la repiten periódicamente.
Al terminar el juego, ante la evidencia expresa de que a su hijo no le gusta mucho como él pinta, decide irse a ese pueblo, entre otras cosas, según dice, porque quiere morir en contacto con la naturaleza y porque está cansado de pintar lo que desea, en lugar de vivirlo. El hijo intenta desesperado convencerlo de que se quede, argumentando que ellos y el lugar en el que están también son naturaleza y que si algo se pinta ¿Para qué vivirlo?
El clímax se produce cuando el hijo le declara su amor y confiesa haber pintado las partes no reconocidas por el padre porque quiere pintar como él. Y esa es la mayor razón por la que no puede irse, porque todavía no aprendió a hacerlo exactamente. Cuando no se dé más cuenta, cuando él pinte como el padre, recién ahí podrá irse.
En el final, el hijo lo decide a seguir pintando juntos en ese lugar, diciéndole que el pueblo-la fantasía-el deseo existen mientras siga aquí, y que si va a buscarlo corre el riesgo de no encontrarlo.
Lejana tierra mía está editada por Editorial De la Flor, de Buenos Aires, en el Tomo 1 de las obras de Eduardo Rovner.
Premio Estrella de Mar 2003 a Mejor Drama.
Mención Especial del Premio José María Vilches 2003 de la Secretaría de Cultura de Mar del Plata.
Premio ACE a Mejor Obra Dramática Argentina.
Personajes: 2
Escenografía: 1
Duración: 60 min.
Vestuario: actual.
PUESTAS
Osvaldo Santoro
Pablo Brunetti
Puesta en escena y dirección general:
Oscar Barney Finn
Teatro:
Andamio 90. Buenos Aires
Estreno:
Agosto de 2002
También fue puesta por diferentes elencos en varias provincias del país, y en Montevideo, Uruguay.
OTROS ESPECTÁCULOS DEL AUTOR
CRÍTICAS
“Bella obra, de lenguaje simple, directo pero nunca vulgar y consecuente puesta en escena, la unión de los personajes dispares es paralela a la reunión del talento dramático de Rovner y la sensibilidad estética de Oscar Barney Finn. Lejana tierra míase desarrolla en un ámbito justo, realista, muy sugerentemente iluminado y sonorizado por Barney. En el centro mismo del escenario una tela transparente preside los pensamientos. En ella los pintores volcarán la luz que esta Argentina reclama. Osvaldo Santoro aporta a su padre experiencia y profesionalismo y Paulo Brunetti al hijo, frescura y espontaneidad. Ambos resuman calidez y emoción a flor de piel, esenciales para el triunfo de este espectáculo de dinámica reflexiva, cansina, de envidiable serenidad. Será por eso, seguramente, que cuando la pieza acaba, el espectador siente en su interior la placidez y la luminosidad que antes fueron volcadas en tela blanca.
Lo que al principio parecen controversias o disputas y hasta la amenaza de un viaje para superar la soledad y el dolor que produce un país quebrado -Rovner habla del nuestro naturalmente- hacia la conclusión, la comprensión de las circunstancias y del otro, muestran un entendimiento profundo de las cuestiones del corazón y su concreción en la obra artística.”
Eduardo Giorello
“La pieza de Rovner va tejiendo, con hondura y delicadeza, la compleja trama de afecto, rivalidad y contradicciones, propia de tan estrechas relaciones familiares, máxime cuando también hay coincidencia en la profesión. Rasgo sutil: sin incurrir en un psicologismo elemental, el diálogo sugiere la misteriosa ambigüedad que atraviesa la ternura viril, obligada prácticamente a recurrir a la constante agresión burlona y hasta al rechazo del contacto físico, para eludir -aun entre padre e hijo varón- cualquier sospecha equívoca.”
“.. va levantando vuelo hasta alcanzar un alto nivel poético... La temperatura de la obra asciende y, sin perder el tono coloquial, ingresa en un plano de infrecuente altura en la dramaturgia argentina, hasta un final para nada estruendoso, pero de gran impacto emotivo”
“... el director Oscar Barney Finn cumple una labor sobresaliente. Se advierte el riguroso análisis del texto -hasta se atreve a la expresividad del silencio, calculado con precisión de orfebre- y la exigencia a los actores, que dan lo mejor de sí mismos, y que es mucho. También, como siempre en Finn, hay un cuidado extremo de la plástica (es un hallazgo la tela transparente detrás de la cual los pintores crean la ilusión de que están trabajando), de la luz, de las muy bellas ilustraciones musicales.”
Ernesto Schoo, La Nación
“Homenaje al arte y a los artistas que no renuncian a sus ideales, conservando, por otra parte, su carácter de símbolo de un país que aparentemente no ofrece casi esperanzas, pero por el que vale la pena luchar, destacando el amor por sus valores, tapados ahora por un manto de mediocridad y de medio, a medias ocultos tras la tela transparente que divide el escenario en dos mitades.”
”La puesta de Barney Finn muestra innumerables aciertos. Rescata la belleza sin renunciar a la modestia y muestra la persistencia de los sueños, que pertenecen a una realidad invisible, pero tan real como la que percibimos con los ojos. En el cuadro que pintan padre e hijo se conserva intacta la hermosura de un tiempo que fue y que, según la interpretación de Barney Finn y la terca esperanza de Eduardo Rovner, aún permanece esperando quien lo rescate.”
“Impecables y conmovedores. Osvaldo Santoro, como el padre, compone a un hombre culto, lleno de ternura, agradecido a las enseñanzas de su maestro, admirador de Chagall y de los grandes de la pintura, temeroso de los estragos que la edad ha hecho con su físico y que cree que ya no tiene más para dar. El afecto marca toda su interpretación, tan verídica y sencilla que adquiere las características de algo vivo, como si no hubiera un actor en escena, sino alguien a quien puede conocerse en un bar o en la calle.”
”Junto a él, Paulo Brunetti, el hijo aparentemente despectivo y rebelde, compone su personaje con intensidad contenida. Un muy buen trabajo, conmovedor y convincente.
La pieza de Rovner es gentil, sencilla y emotiva y el espectáculo llega. Esto se percibe en la atención que presta el público a todo su desarrollo y se afirma en el aplauso final.
En estos momentos en los que la desolación, la tristeza y el desánimo parecen habernos ganado a todos, «Lejana tierra mía» es como un abrazo, como una palmada en el hombro, como una bienvenida palabra de aliento.”
Nina Cortese
“... Lejana tierra mía se conecta con la tesis que Rovner plantea en todo el cuerpo de su obra dramática: la prioridad del mundo de los afectos por sobre el cumplimiento de los grandes mandatos sociales. (...) En suma, la revalorización del prójimo más cercano, del mundo de los afectos familiares, de la vital necesidad del hombre de ser en relación con los demás, de vincularse solidaria y sentimentalmente con los otros.”
Laura Mogliani, Teatro XXI Nº 5